miércoles, 6 de marzo de 2013

Historia para no dormir

D.A.GU. Diario Anecdótico de Guadalajara. 24 de Febrero de 2013.

Ronck and dorll: el hombre que roncaba demasiado

En la ciudad de Guadalajara, los bomberos han tenido que hacer una inspección de urgencia debido a la aparición de grietas en la fachada de un edificio, causadas al parecer, por los ronquidos de un vecino de la zona. Todo sucedió, cuentan los vecinos, sobre las 2 de la madrugada, cuando alarmados por los temblores del edificio y las grietas aparecidas en algunas viviendas y ante el temor de que se estuviera produciendo un terremoto, salieron de sus casas para protegerse en caso de derrumbe. Cuál fue su sorpresa al oír, después de un minuto de silencio por la renuncia del Papa, lo que a la mayoría les pareció un ronquido proveniente de una de las viviendas. Dado que el ronquido no cesaba y ante el peligro de derrumbe, una vez localizado el dormitorio por los bomberos, policía local y bomberos procedieron al derribo de la puerta de la vivienda. “Entramos en la vivienda, localizamos el dormitorio y allí estaba este señor; durmiendo a pierna suelta, ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor. Es increíble, en los tres días que llevo en el cuerpo nunca había visto nada parecido, nunca”, comenta el portavoz de la policía local.

Transcurridas varias horas, los vecinos, todavía en la calle, iban volviendo a la calma. La mayoría había bajado con lo puesto: ropa de dormir, móviles, televisiones de plasma, ordenadores, iPhone, gafas de buzo, raciones de morcilla, botellines… Ya había amanecido, y curiosos y transeúntes se iban congregando en las inmediaciones. Nos comenta el portavoz de la policía: “Dos compañeros se han quedado para despertarle, ya que después del ruido que hemos hecho para entrar en la vivienda, este señor sigue durmiendo. Nunca había visto nada parecido, nunca”. Pasadas unas horas, vimos a dos policías que salían del edificio acompañados por un hombre cubierto por un pasamontañas que, curiosamente, lo llevaba al revés, por lo que se iba tropezando con todo lo que encontraba a su paso. Se oían todo tipo de comentarios de la gente: “es nuestro hijo, le queremos”, decían sus padres; “es mi padre, le quiero”, decía su hija; “es un pesado, no lo aguanto”, decía su mujer; “es un gilipollas, que se vaya del barrio, hay que lincharlo”, gritaban algunos vecinos; “desde Santurce a Bilbao vengo por toda la orilla”, cantaba un grupo de borrachos; “melones, melones de Villaconejos, lleve 2 y page 3”, vociferaba un avispado vendedor ambulante. Le preguntamos al portavoz de la policía local: “¿puede esta persona ser acusada por los destrozos en la vía pública o en las viviendas?”; responde el portavoz: “eso deberá decidirlo el juez, pero no lo creo, ya que este señor lo único que ha hecho ha sido dormir, no ha cometido ningún delito. No creo que roncar de esa manera tan bestia sea delito.” “¿Había visto alguna vez algo parecido?”. “No, en mi larga trayectoria en el cuerpo, nunca había visto nada parecido, nunca”.

Han pasado ya varios días y el barrio ha vuelto a la normalidad. La persona que involuntariamente provocó tanto revuelo nos ha concedido una entrevista. No quiere dar su nombre por miedo a represalias, y por esa misma razón lleva un pasamontañas y unas gafas oscuras. También nos dice que quiere ocultar su voz para que no la relacionen con el ronquido, algo que nos sorprende, ya que la entrevista es para un diario local y nadie la va a oír, por lo que nos dará las respuestas por escrito. 



Periodista: La primera pregunta es obligada, ¿por qué llevaba usted el pasamontañas al revés?
Entrevistado: hay gente muy astuta y muy observadora y no quiero que nadie me reconozca por los ojos.
P: Tiene usted un ronquido inusual, ¿le ha provocado esto alguna situación incómoda, como la de hace unos días?
E: “yo no diría incómoda, porque duermo a pierna suelta, pero si desagradable, sobre todo para los vecinos. He recorrido  medio mundo buscando un lugar donde poder hacer mi vida, un lugar donde a nadie le moleste mi ronquido, pero es imposible. En cada ciudad, pueblo o aldea que voy, después de la primera noche, las autoridades siempre me invitan a abandonar el lugar. La última vez fue en la costa asiática. Era una pequeña aldea de pescadores. Alquilé una cabaña en la costa, separada del resto de cabañas por bastantes metros. Pensaba que allí todo iría bien y que no sucedería nada. Pensaba que sería el lugar donde podría rehacer mi vida, estaba emocionado, pero fue un desastre. La primera noche, después de pasar el día paseando por la playa, disfrutando de aquel bello lugar, volví a la cabaña haciendo planes para los próximos días, días que nunca llegaron. Después de lo que sucedió, me han prohibido la estancia en cualquier lugar a menos de 80 Km. de la costa, y con razón. Quedó todo destrozado.
P: pero,¿ qué sucedió?, nos tiene usted intrigados.
E: un tsunami, roncando provoqué un tsunami. Olas de hasta 15 metros lo destrozaron todo. Por suerte no hubo víctimas, pero se puede usted imaginar el miedo de aquella pobre gente.
P: ¿desde cuándo tiene ese ronquido tan fuerte?
E: desde muy joven. Con 15 años me cambió la voz y también la vida. Empecé a roncar, algo que nunca había hecho. A mis padres no les dejaba dormir, a mis hermanos tampoco. Mi hermano pequeño empezó a tener pesadillas y hubo que llevarle a un psicólogo. Los vecinos se quejaban del ruido y de los temblores en el edificio. Al final tuvimos que dejar el barrio e irnos a las afueras, pero todo se repetía. Con 19 años encontré mi primer trabajo. Una empresa de demoliciones me contrató. Se anunciaban: “Demoliciones controladas. Lo derribamos todo” Me hicieron una prueba y quedaron encantados. Imagínese; duermo, ronco y edificio abajo. Un chollo. Ya no necesitaban esas grandes grúas para derribar edificios, me tenían a mí, y solo necesitaba una cama. Pero duró poco.  Fue en la costa valenciana. Había que derribar un hotel que había sido construido en una zona protegida, un hotel de 9 plantas. Algunos metros más alejado, ya en zona urbanizable, la misma constructora  había levantado otro de 11 plantas que se inauguraba al día siguiente. Pero claro, yo no controlo mi ronquido. Para derribar un edificio lo único que necesito es dormir mirando hacia el edificio. Según me contaron mis compañeros, nunca había roncado con la intensidad que lo hice ese día, y el resultado se lo pueden imaginar. Se cayeron los dos hoteles, la empresa donde trabajaba fue denunciada por la constructora y tuvo que pagar una indemnización millonaria. Como consecuencia quebró y nos quedamos todos en la calle. Me echaban la culpa y yo me defendía diciendo que había cumplido con lo que la empresa anunciaba: “Demoliciones controladas. Lo derribamos todo”. “Lo derribamos todo”, recalqué. No puedes querer derribarlo todo y controlar al mismo tiempo. O derribas o controlas. Tuve que salir corriendo. Me querían pegar.
P: ¿volvió a encontrar trabajo?
E: trabajé un tiempo en una cantera. Me contrataron para extraer la piedra de la montaña.  Como en las demoliciones, dormía, roncaba y la piedra se desprendía. Fue todo bien, hasta que en uno de los trabajos se hundió un pueblecito que había cerca de donde estábamos trabajando. Nadie resultó herido, pero los pocos vecinos que allí vivían se quedaron sin casa y sin pueblo.
P: Una última pregunta: ¿ha estudiado algún especialista su caso?
E: Sí. El problema es que nadie quiere estar cerca de mi cuando duermo. Lo intentaron unos científicos americanos en un pueblo en el estado de Massachussets. Había un pequeño hospital cerca de las montañas. “El edificio es antiterremotos, ha aguantado pequeños movimientos sísmicos”, decían. La población más cercana estaba a más de 20 millas y lo único que teníamos cerca era ganado. Un sitio aislado donde no debería de haber ningún problema. La primera noche no pasó nada, pero la segunda noche todo cambió. Me contaron, pasados unos días, que el edificio empezó a temblar pero aguantó. Las piedras que se desprendían de las montañas cercanas golpeaban el hospital, pero aguantó. Lo que ya no aguantó fue la estampida de más de 200 vacas asustadas corriendo hacia ninguna parte. El temblor del suelo, más las piedras que caían de las montañas asustó a las vacas, y eso sumado a la vibración del suelo que provocan más de 200 animales corriendo, hizo que el hospital se cayera. Los científicos no sabían si salir del hospital o quedarse dentro. Si salían, las vacas les podían aplastar, y si se quedaban, les podía aplastar el edificio. Decidieron quedarse y meterse en el cuarto donde yo seguía durmiendo. Eso les salvó, pues fué la única zona del hospital que quedó en pie. Al final no sacaron ninguna conclusión. No tuvieron tiempo.

Terminamos la entrevista y le acompañamos fuera deseándole suerte. Nos da las gracias y nos dice que su situación podría ser peor. ¿Peor?, le preguntamos. Sí, imagínese que tengo narcolepsia. Nos encontramos por casualidad al portavoz de la policía local, que mira sorprendido como se aleja nuestro entrevistado, y le preguntamos: “¿ha conocido alguna vez una persona como esa?” “No, nunca. En mi larga trayectoria...”