D.A.GU. Diario Anecdótico de
Guadalajara. 24 de Febrero de 2013.
Ronck and
dorll: el hombre que roncaba demasiado
En la ciudad de Guadalajara, los bomberos han tenido que hacer una inspección de urgencia debido a la aparición de grietas en la fachada de un edificio, causadas al parecer, por los ronquidos de un vecino de la zona. Todo sucedió, cuentan los vecinos, sobre las 2 de la madrugada, cuando alarmados por los temblores del edificio y las grietas aparecidas en algunas viviendas y ante el temor de que se estuviera produciendo un terremoto, salieron de sus casas para protegerse en caso de derrumbe. Cuál fue su sorpresa al oír, después de un minuto de silencio por la renuncia del Papa, lo que a la mayoría les pareció un ronquido proveniente de una de las viviendas. Dado que el ronquido no cesaba y ante el peligro de derrumbe, una vez localizado el dormitorio por los bomberos, policía local y bomberos procedieron al derribo de la puerta de la vivienda. “Entramos en la vivienda, localizamos el dormitorio y allí estaba este señor; durmiendo a pierna suelta, ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor. Es increíble, en los tres días que llevo en el cuerpo nunca había visto nada parecido, nunca”, comenta el portavoz de la policía local.
Transcurridas
varias horas, los vecinos, todavía en la calle, iban volviendo a la calma. La
mayoría había bajado con lo puesto: ropa de dormir, móviles, televisiones de
plasma, ordenadores, iPhone, gafas de buzo, raciones de morcilla, botellines…
Ya había amanecido, y curiosos y transeúntes se iban congregando en las
inmediaciones. Nos comenta el portavoz de la policía: “Dos compañeros se han
quedado para despertarle, ya que después del ruido que hemos hecho para entrar
en la vivienda, este señor sigue durmiendo. Nunca había visto nada parecido,
nunca”. Pasadas unas horas, vimos a dos policías que salían del edificio
acompañados por un hombre cubierto por un pasamontañas que, curiosamente, lo
llevaba al revés, por lo que se iba tropezando con todo lo que encontraba a su
paso. Se oían todo tipo de comentarios de la gente: “es nuestro hijo, le
queremos”, decían sus padres; “es mi padre, le quiero”, decía su hija; “es un
pesado, no lo aguanto”, decía su mujer; “es un gilipollas, que se vaya del
barrio, hay que lincharlo”, gritaban algunos vecinos; “desde Santurce a Bilbao
vengo por toda la orilla”, cantaba un grupo de borrachos; “melones, melones de
Villaconejos, lleve 2 y page 3”,
vociferaba un avispado vendedor ambulante. Le preguntamos al portavoz de la
policía local: “¿puede esta persona ser acusada por los destrozos en la vía
pública o en las viviendas?”; responde el portavoz: “eso deberá decidirlo el
juez, pero no lo creo, ya que este señor lo único que ha hecho ha sido dormir,
no ha cometido ningún delito. No creo que roncar de esa manera tan bestia sea
delito.” “¿Había visto alguna vez algo parecido?”. “No, en mi larga trayectoria
en el cuerpo, nunca había visto nada parecido, nunca”.
Han pasado ya varios días y el barrio ha vuelto a la
normalidad. La persona que involuntariamente provocó tanto revuelo nos ha
concedido una entrevista. No quiere dar su nombre por miedo a represalias, y
por esa misma razón lleva un pasamontañas y unas gafas oscuras. También nos
dice que quiere ocultar su voz para que no la relacionen con el ronquido, algo
que nos sorprende, ya que la entrevista es para un diario local y nadie la va a
oír, por lo que nos dará las respuestas por escrito.
Periodista: La primera pregunta es obligada,
¿por qué llevaba usted el pasamontañas al revés?
Entrevistado: hay gente muy astuta y muy
observadora y no quiero que nadie me reconozca por los ojos.
P: Tiene usted un ronquido inusual,
¿le ha provocado esto alguna situación incómoda, como la de hace unos días?
E: “yo no diría incómoda, porque
duermo a pierna suelta, pero si desagradable, sobre todo para los vecinos. He
recorrido medio mundo buscando un lugar donde poder hacer mi vida, un
lugar donde a nadie le
moleste mi ronquido, pero es imposible. En cada ciudad, pueblo o aldea que voy,
después de la primera noche, las autoridades siempre me invitan a
abandonar el lugar. La última vez fue en la costa asiática. Era una pequeña aldea
de pescadores. Alquilé una cabaña en la costa, separada del resto de
cabañas por bastantes metros. Pensaba que allí todo iría bien y que no
sucedería nada. Pensaba que sería el lugar donde podría rehacer mi vida,
estaba emocionado, pero fue un desastre. La primera noche, después de pasar el
día paseando por la playa, disfrutando de aquel bello lugar, volví a la cabaña
haciendo planes para los próximos días, días que nunca llegaron. Después de lo
que sucedió, me han prohibido la estancia en cualquier lugar a menos de 80 Km. de la costa, y con
razón. Quedó todo destrozado.
P: pero,¿ qué sucedió?, nos tiene
usted intrigados.
E: un tsunami, roncando provoqué un
tsunami. Olas de hasta 15
metros lo destrozaron todo. Por suerte no hubo víctimas,
pero se puede usted imaginar el miedo de aquella pobre gente.
P: ¿desde cuándo tiene ese ronquido
tan fuerte?
E: desde muy joven. Con 15 años
me cambió la voz y también la vida. Empecé a roncar, algo que nunca había
hecho. A mis padres no les dejaba dormir, a mis hermanos tampoco. Mi hermano
pequeño empezó a tener pesadillas y hubo que llevarle a un psicólogo. Los
vecinos se quejaban del ruido y de los temblores en el edificio. Al final
tuvimos que dejar el barrio e irnos a las afueras, pero todo se repetía. Con 19
años encontré mi primer trabajo. Una empresa de demoliciones me contrató. Se
anunciaban: “Demoliciones controladas. Lo derribamos todo” Me hicieron una
prueba y quedaron encantados. Imagínese; duermo, ronco y edificio abajo. Un
chollo. Ya no necesitaban esas grandes grúas para derribar edificios, me tenían
a mí, y solo necesitaba una cama. Pero duró poco. Fue en la costa
valenciana. Había que derribar un hotel que había sido construido en una zona
protegida, un hotel de 9 plantas. Algunos metros más alejado, ya en zona
urbanizable, la misma constructora había levantado otro de 11 plantas que
se inauguraba al día siguiente. Pero claro,
yo no controlo mi ronquido. Para derribar un edificio lo único que necesito es
dormir mirando hacia el edificio. Según me contaron mis compañeros, nunca había
roncado con la intensidad que lo hice ese día, y el resultado se lo pueden
imaginar. Se cayeron los dos hoteles, la empresa donde trabajaba fue denunciada
por la constructora y tuvo que pagar una indemnización millonaria. Como
consecuencia quebró y nos quedamos todos en la calle. Me echaban la culpa y yo
me defendía diciendo que había cumplido con lo que la empresa anunciaba:
“Demoliciones controladas. Lo derribamos todo”. “Lo derribamos todo”,
recalqué. No puedes querer derribarlo todo y controlar
al mismo tiempo. O derribas o controlas. Tuve que salir corriendo. Me
querían pegar.
P: ¿volvió a encontrar trabajo?
E: trabajé un tiempo en una cantera.
Me contrataron para extraer la piedra de la montaña. Como en las
demoliciones, dormía, roncaba y la piedra se desprendía. Fue todo bien, hasta
que en uno de los trabajos se hundió un pueblecito que había cerca de donde
estábamos trabajando. Nadie resultó herido, pero los pocos vecinos que allí
vivían se quedaron sin casa y sin pueblo.
P: Una última pregunta: ¿ha estudiado algún especialista su caso?
E: Sí. El
problema es que nadie quiere estar cerca de mi cuando duermo. Lo intentaron
unos científicos americanos en un pueblo en el estado de Massachussets. Había
un pequeño hospital cerca de las montañas. “El edificio es antiterremotos, ha
aguantado pequeños movimientos sísmicos”, decían. La población más cercana
estaba a más de 20 millas
y lo único que teníamos cerca era ganado. Un sitio aislado donde no
debería de haber ningún problema. La primera noche no pasó nada, pero la
segunda noche todo cambió. Me contaron, pasados unos días, que el edificio
empezó a temblar pero aguantó. Las piedras que se desprendían de las
montañas cercanas golpeaban el hospital, pero aguantó. Lo que ya no aguantó fue
la estampida de más de 200 vacas asustadas corriendo hacia ninguna parte. El temblor del suelo, más las piedras que caían
de las montañas asustó a las vacas, y eso
sumado a la vibración del suelo que provocan
más de 200 animales corriendo, hizo que el
hospital se cayera. Los científicos no sabían si
salir del hospital o quedarse dentro. Si salían, las vacas les podían aplastar,
y si se quedaban, les podía aplastar el edificio. Decidieron quedarse y
meterse en el cuarto donde yo seguía durmiendo. Eso les salvó, pues fué la única zona del hospital que quedó en pie. Al
final no sacaron ninguna conclusión. No tuvieron tiempo.
Terminamos
la entrevista y le acompañamos fuera deseándole suerte. Nos da las gracias y
nos dice que su situación podría ser peor. ¿Peor?, le preguntamos. Sí,
imagínese que tengo narcolepsia. Nos encontramos por casualidad al portavoz de
la policía local, que mira sorprendido como se aleja nuestro entrevistado, y le
preguntamos: “¿ha conocido alguna vez una persona como esa?” “No, nunca. En mi
larga trayectoria...”